martes, 24 de marzo de 2015

"La historia del señor Colinazul", de Junichiro Tanizaki


Poco a poco se van aportando granitos de arena en aras de hacerle justicia a Junichiro Tanizaki (1886-1965) en el mercado hispanohablante del libro. Aun así, su obra, una de las más originales que han dado las letras niponas contemporáneas, sigue gozando de menos presencia de la deseada en las librerías de España y Latinoamérica. Si hoy podemos acceder a la flor y nata de la obra tanizakiana, sin duda que básicamente se ha debido a la dignísima labor que llevan a cabo los de la editorial Siruela desde hace ya años. Sin embargo, no menos gratas son las sorpresas que me suelen proporcionar esas pequeñas y valientes editoriales que se lanzan a publicar modestas ediciones de algunos de los muchos breves relatos que Tanizaki escribió y que reflejan con alma de boceto, pero con la misma pasión y fino sentido de la estética que su obra mayor, los temas y obsesiones que configuran el particular imaginario de este elegante narrador.

En esta ocasión, la joyita procede de una para mí hasta ahora desconocida Editorial Psicoanalítica de la Letra, con sede en México, y que en 2002 tuvo a bien publicar en su colección Textos de me cayó el veinte dos cuentos de Tanizaki, de dos épocas muy distintas de su actividad creadora, pero con todos esos aspectos envolventes y apasionantes de su pluma y ninguno de los aspectos “desechables” o menos atractivos. En definitiva, dos trabajos que te harán feliz si ya conociste la felicidad leyendo a Tanizaki. Y si no la conociste aún, ya hay algo que tienes que hacer antes de palmarla.

La historia del señor Colinazul (1926) es el primero de esos dos relatos. Se puede saber que es de Tanizaki sin que te digan que lo ha escrito él: los dos grandes temas que sobresalían en la obra tanizakiana de los años veinte se dejan ver con total nitidez, sin ningún tipo de ambages: por una parte su preocupación por la paulatina incorporación de elementos culturales occidentales en Japón, aunque no exenta de cierta admiración hacia lo americano (no tanto en el caso del propio Tanizaki, sino de sus personajes, espejo de lo que había en el Japón de aquel entonces); y por otra parte la obsesión fetichista hacia la belleza de la mujer o, mejor dicho, hacia determinadas partes de la anatomía de la mujer. Esos dos asuntos se ven reflejados de una manera casi existencial en la figura del singular personaje con el que el protagonista, un director de cine llamado Nakada, casado con la actriz principal de sus películas, se topa por azar en un restaurante de Kioto. Insisto: Tanizaki muestra (aunque quizás sería mejor decir que caricaturiza o ridiculiza) una clara apreciación hacia lo occidental por parte de muchos japoneses de aquella época. Se ve cuando el personaje del restaurante comenta “La mayoría de los directores japoneses están muy atados a un estúpido sentimentalismo”, o “¡A quién le importa si sus películas son copias de Hollywood cuando son entretenidas!”. Pero el discurso comparativo entre Japón y América alcanza su cenit cuando el personaje del restaurante sienta cátedra ante el director Nakada sobre las peculiaridades anatómicas de la mujer japonesa y la occidental poniendo como ejemplo a Yurako, la actriz y esposa del cineasta. Ya sabemos que en esta época Tanizaki empieza a tomar conciencia de los grandes valores que la cultura tradicional japonesa tiene, pero la huella de autores occidentales como Edgar Allan Poe sigue resultando bastante evidente en cuanto a que es un relato donde tienen cabida a grandes dosis tanto la sorpresa y la tensión como lo canallesco.

Os aseguro que no os dejará indiferente. Los usos y costumbres de ciertos obsesos sexuales y de los fans de las grandes estrellas cinematográficas de la época, de ser cierto lo que nos describe Tanizaki, son para alucinar…

En unos días comentaré Sueños de bióxido de manganeso (1955), el segundo de los relatos que integran estas Dos miradas malévolas.

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