miércoles, 25 de noviembre de 2015

"Patriotismo", de Yukio Mishima


Hoy (o puede que lo sea mañana, depende de la parte del globo terráqueo donde ustedes se encuentren) ha sido 25 de noviembre. En tal día como este, pero de 1970, a Yukio Mishima le dio por hacer aquella gamberrada de irrumpir en la sede del Ministerio de Defensa de Japón sin haber sido invitado, por la fuerza, en compañía y con bastantes dosis de mala leche, para a continuación salir a aquel balconcito donde le hicieron todas aquellas fotos vestido de militar (o de “pseudomilitar”; porque cada vez que las veo me parece una variante deslucida del atuendo de Michael Jackson) mientras él se dedicaba a lanzar a los cuatro vientos una serie de escupitajos verbales contra la Constitución nipona por considerarla demasiado pacifista y posteriormente, tras abandonar aquella terracita y volver a internarse en el edificio, abrirse el vientre de muy mala manera (yo entiendo de seppukus lo mismo que de física cuántica, pero aseguran los expertos en la materia que aquello debió ser una soberana chapuza charcutera).

Y por este motivo, mucho se ha hablado de Mishima entre ayer y hoy en los medios de comunicación japoneses, que han hecho bastante hincapié en la pervivencia y vigencia de la figura y obra de Mishima en la sociedad y en las letras del Japón actual, quizás porque el primer ministro Shinzo Abe también se ha empeñado en vender la idea de que la carta magna que los estadounidenses dieron a los japoneses (aquí los políticos no pueden añadir, a diferencia de sus colegas españoles, la coletilla “que nos hemos dado” al hablar de su texto constitucional) necesita un zurcido en donde él y Mishima consideran que hay un descosido, que no es sino en el papel de las Fuerzas de Autodefensa, que ellos consideran limitado y pasivo. Abe, al igual que Mishima, sueña con unas fuerzas armadas japonesas dotadas de mayor capacidad y autonomía, y eso hace que la figura de Abe caiga mal en una buena parte de japoneses que ven obvia la relación que ha existido en su país entre desmilitarización y desarrollo económico desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Lo mismito le pasó a Mishima aquella mañana de noviembre de 1970, que se quedó en aquel balcón más solo que la una: se perciben los abucheos y los gritos de desaprobación y discrepancia emitidos por muchos de aquellos que pudieron contemplar el espectáculo.

Que Mishima era un fantoche en materia política (de nuevo vale el paralelismo con Abe), es algo que parecen tener bien claro unos cuantos japoneses a día de hoy. Ahora bien, pensar que sus fantochadas alcanzan el terreno de lo literario, eso es algo que solo debe rondar en la cabeza de alguien que no ama la literatura, o en la de alguien como Haruki Murakami y en las de muchos de quienes le siguen, esos curiosos otakus que viven en fanático desvelo porque a esa medianía no le conceden el Nobel. Lo siento mucho por ellos, pero lamento tener que hacerles ver que Mishima vive a través de sus libros 45 años después (y lo que te rondaré, morena). No sé si viviré para contarlo, pero me gustaría poder llegar a viejo para ver dónde quedan los libros de Haruki Murakami dentro de 45 años… Luego hay que añadir el hecho de que la figura de Mishima es en sí fascinante: por sí solo él ya es una novela; él ya es un personaje. Su figura ha inspirado películas biográficas como la de Paul Schrader (Mishima: A Life in Four Chapters, 1985), o deliciosos a la par que precisos ensayos como el de Marguerite Yourcenar (Mishima ou la Vision du vide, 1981). A Haruki Murakami, en cambio, lo más intenso que le tiene que haber sucedido en su vida es haberse hecho un esguince entrenando para uno de esos maratones que corre…

Y por lo que a este blog respecta, recordaremos la titánica envergadura literaria de Mishima con Patriotismo (1960), el relato que ya anunciaba su delirante obsesión por el suicidio ritual del seppuku, inquietud que volvería a manifestarse años después en su novela Caballos desbocados (1969), perteneciente a su tetralogía El mar de la fertilidad. En España y en castellano, Patriotismo forma parte de una antología de relatos mishimianos que Ediciones Siruela publicó bajo el título de La perla y otros cuentos. En ella se nos sirven en bandeja y en moderadas dosis para los no iniciados en Mishima las razones que convierten al escritor japonés en un autor fundamental en las letras universales del siglo pasado. No es escritor de una sola obra, de esos que repiten hasta la saciedad los mismos motivos y los mismos clichés en todos sus trabajos. Muy al contrario, Mishima hace alarde de riqueza en el lenguaje, de imaginación desbordante, de sutilezas poéticas, de diversidad temática sin abandonar lo que es una línea estilística personal. En La perla y otros cuentos se recogen varias muestras del Mishima más brutal y contundente, sazonado en adecuado equilibrio con el Mishima más lírico y verbalmente refinado. Antes de la lectura de esta antología, de Mishima solo había leído novelas. Era la primera vez que me aventuraba en el universo mishimiano en formato de relato breve y entonces, tras la lectura de este libro, viendo la maestría del autor en el manejo de las distancias cortas literarias, me arrepentí de no haberme iniciado antes en ese apartado de la bibliografía del que es mucho más que un puro novelista.

Pero volvamos a centrarnos en Patriotismo, que es el cuento que ha dado motivo a la apertura de esta entrada en la bitácora, sin perjuicio de que en el futuro le dedique un nuevo artículo al resto de relatos que pueblan las páginas del libro. Como ya dije anteriormente, Patriotismo revela la fascinación estética y espiritual que el seppuku despertaba en Yukio Mishima, al igual que años después la exhibiera de una forma mucho más extensa en su novela Caballos desbocados, novela que a día de hoy sigue siendo mi favorita de Mishima y una de mis predilectas de toda la literatura japonesa. Sin embargo, quizás precisamente por su naturaleza de relato breve, que ha de perseguir una precisión y concisión en el lenguaje de los que la novela en ocasiones puede prescindir, Patriotismo desborda delirio e intensidad a niveles que no consiguió alcanzar en Caballos desbocados para mi gusto. Rara vez leeremos una mejor descripción de los protocolos de un seppuku y de lo que ronda por la cabeza del suicida antes y durante la escabechina a le que se ve autosometido. Pero es que la literatura mundial tampoco nos brindará una mejor ocasión para leer una más diáfana y envolvente descripción de un polvo, de esos que podríamos llamar “de campeonato”. No me extraña que Haruki Murakami le tenga tanta manía a Mishima. Es que realmente lo que debe de tener es una envidia que no se sostiene de pie, porque allá donde Murakami ve un polvo y ya está, Mishima ve arte, poesía, plasticidad, dinamismo, furor, pasión, derroche verbal y adjetival, y todo al servicio de ofrecer fidedignamente al lector la estremecedora y agónica sensación de que “ese es el último polvo que los protagonistas van a echar en sus vidas”… Murakami piensa en polvos; Mishima edifica literatura. Y por eso hay que leer Patriotismo, digan lo que digan los ideólogos de marras sobre los contenidos y valoraciones políticas del relato en relación al hecho histórico que da pie a la historia, que es el intento fallido de golpe de Estado en febrero de 1936 por parte de un grupo de militares japoneses, entre los que se encontraba el protagonista del cuento, que se ve en la dicotomía de tener que ofrecer fidelidad a sus compañeros golpistas o al emperador, y ello le lleva al suicidio y sus amenos prolegómenos anteriormente descritos, y que son los que realmente nos interesan a los incondicionales de Mishima y los que crearán afición entre los nos iniciados en este autor.

Para concluir, añadiré, por si algún lector no lo sabe, que el propio Mishima dirigió y protagonizó en 1966 un cortometraje basado en esta historia.




No desmerece el relato, con el añadido del sugerente blanco y negro empleado y la estética de teatro Nô al que Mishima era tan aficionado hasta el punto de que también fue autor de este género dramático tradicional nipón y supo dotarle de una pátina de modernidad que convierte a sus piezas en doblemente atractivas para el lector de hoy.

Mishima te podrá gustar o no; lo que es evidente es que te estás perdiendo algo si por prejuicios ideológicos te obcecas en no leerlo. Abre tu mente.

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